Caminando entre fresas. {Ariana}

Un día como cualquiera, pérdidas de tiempo por montón, pero hoy día iría a trabajar en los parrones de fresas. No era la primera vez que lo hacía, prefería entrenar, desenvolverme con mi espada Jenioux Paralé. Pero bueno, era lo que había, Quirón me había pedido que lo hiciera... Lo desafié, como a todo el mundo, pero finalmente obedecí. Así lo hacía siempre, desafiaba a los Dioses, a los campistas, a mis superiores, pero finalmente siempre los obedecería, porque sabía bien que nada de esto terminaba por ser un juego.

Caminé hacia los campos de fresas, con la mirada fija y en alto. Caminando siempre con prolijidad y elegancia, con la espalda derecha, cada mano a su respectivo lado. En todo mi cuerpo se veían cicatrices, algunas recientes, rojas al sol, otras del color de la piel, unas líneas que hacían mi piel preciosa, las huellas y piel de una guerrera. Entrenando y entrenando ellas hacían su entrada, sin miedo, con valentía, eran las huellas y constancia de todo el esfuerzo diario. Aún no conseguía entrenar con algún chico, ¿quién querría entrenar con una chica? Pero uno a uno iría desafiando a los nuevos a venir, a todos los hijos de Ares como pudiera.

Llegué a dónde pretendía, en mis manos sujetaba un balde para las fresas, y una botella de agua a la otra, para ir limpiándolas. Éstas servirían para hacer mermelada, jugo y en su propio estado de fruta, para los desayunos, los almuerzos y las cenas. Siempre servían las frutas, yo nunca había ayudado a cultivarlas, porque no llevaba tanto tiempo en el campamento, pero sí había venido a regarlas, y ahora venía a cosechar tantas como pudiera. Esperaba que hubiesen más campistas, para no tener que hacer esto sola. Sería muy pesado y perdería todo mi día.

No llevaba armadura porque no era necesario, pero mi anillo en mi dedo anular en la mano derecha siempre estaba ahí. Ahí guardaba mi espada de oro mezclada con Bronce Celestial y su empuñadura hecha de oro. En cuánto llegue a los campos de fresas vi que estaba vacío. - Siempre me lo deja todo a mí. - Me quejé en un suspiro, refiriéndome a Quirón. Rodeé los ojos y comencé por la primera hilera de las matas de fresas. Montón por montón iba llenando el balde, las iba limpiando, lo hacía todo de modo calmado pero procurando tener eficiencia, hoy día sería bastante largo y agotador.

Así me la pasé cuatro horas, sacando, limpiando y guardando. El balde ya estaba suficientemente lleno. Dejé el balde sujeto a un árbol, y fui al almacén, saqué una caja de madera, donde cabrían más de cincuenta baldes. Traje la caja, arrastrándola por el piso y llegué hasta el balde, vacié las fresas en la caja y entonces teniendo el balda vacío y disponible nuevamente, me dispuse a seguir usándolo. Antes de darme cuenta, seguí llenando el balde con fresas. El agua comenzaba a hacerse escaso, pero no era problema. Agrandé las proporciones de éste con rapidez. Había aprendido a hacer aquello hace poco, era realmente útil. Sentí la presencia de alguien. Suspiré por lo bajo, mientras seguí haciendo mi tarea. - ¿Te puedo ayudar en algo? - Pregunté sin preocuparme en girar a mirar quién o qué era.

Enarqué una ceja mientras escuché a la chica. - Pensé lo mismo. - Confesé mientras no me molestaba en darme vuelta, hasta que ella se presentó, Ariana dijo llamarse. Un nombre poco común, igual que el mío. Seguí avanzando por las hileras hasta que llegué a dónde ella estaba parada, no me demoré más de unos segundos. Dejé la caja y el balde en el suelo bien posicionados para que no se cayeran. Estiré mi mano para estrecharla con la de la muchacha. - Pero supongo que tener una compañera para una tarea tan pesada siempre es bueno, ¿no? - Esbocé una sonrisa. - Mucho gusto, Ariana, lindo nombre por cierto. Soy Loucie Mongiello, descendiente de Poseidón. - Me presenté correspondiendo su presentación, tampoco quería pasar por una encubierta que no quería decir quién era. Aunque... Lo que la gente pensara estaba lejos de importarme.

Me remojé los labios mientras saqué una fresa más y la miré. Cogí la botella de agua y la limpié entre mis manos. Se la ofrecí a la muchacha, - ¿Te gustan? - Pregunté a la muchacha tranquilamente. Avancé un poco, sin alejarme demasiado de la muchacha. Saqué las fresas que estaban ya maduras, las limpié y las metí de nuevo a la caja. Noté que mi balde estaba lleno, así que lo vacié en la caja también.

Era mejor tener compañía, uno porque te agilizaba la tarea y segundo porque tener con quién hablar al menos un poco, hace la tarea menos molesta que cuando tienes que hacerlo sola. Por otro lado, era extraño que Quirón sólo nos hubiese enviado a nosotras dos a recoger fresas. O tal vez había enviado a más chicos pero ellos no habían venido.

¡La pregunta del millón! Ya, cada vez que hablaba con alguien, me preguntaría cuánto tiempo llevaba en el campamento. Pero bueno, ya me acostumbraba sólo que... En serio, hay muchas otras preguntas interesantes por hacer. Ella probablemente creyó que yo me confundí, y dijo 'me refiero en el campamento', sin embargo, con tanto oír esa pregunta ya sabía perfectamente a qué se refería incluso si fuese confusa de entender. La entendía en cualquier idioma, al derecho y al revés.

- Pues llevo un poco más de un mes aquí, por lo que soy regularmente nueva. - respondí sin dejar de hacer mi trabajo, pero en mi tonto demostrando interés, tampoco quería caerle mal a todo el mundo por decidir hacer bien mi trabajo. Conversar es divertido, pero no me gusta el estilo 'Hijas de Afrodita' como de dejar de hacer lo tuyo por hablar de cómo alisarse el cabello correctamente, aunque a veces romper las reglas es divertido, desobedecer, lo hago muy seguido aunque nunca me han pillado. El día que lo hagan, ahí será el día más divertido que pueda hallar en el campamento.

Levanté la vista para encontrar a la muchacha, haciendo lo mismo que yo, pero unas cuántas matas más adelante. Yo ya terminaba la mitad de ésa hilera, y ella me ayudaba porque avanzaba y así terminaríamos mucho más rápido. Pero aún así me molestaba que ningún otro campista estuviera aquí, eso sí que era malo, no era justo que ellos comieran cuántas fresas quisieran si nosotras hicimos todo el trabajo, ya se lo reclamaría a Quirón. La chica tenía una estructura fina, de una adolescente normal, era morena, su tez de un tono fascinante y su cabello café cobrizo, lo de cobrizo no sé si era por el sol.

Si era hija de Afrodita, no me sorprendía, tenía unos lindos rasgos, y su femineidad a flor de piel, aún así no parecía ser débil y según yo esperaba, podría dar sorpresas en algún entrenamiento, pero aún así era curioso que no me hubiese dicho de su ascendencia Olímpica. La mayoría lo hacemos. - ¿Y tú? ¿Cuánto llevas en el campus? - Le pregunté. No la había visto antes, por eso sabía que no era más antigua que yo. A mí me había tocado trabajar con la mayoría de los campistas. Soy una de las más aplicadas aquí, ya esperaba con ansias mi misión. Aguardé con calma su respuesta.

Volviendo al tema de que si era hija de Afrodita, no me sorprendería en cuánto a lo físico, pero si pensamos ¿qué hacía una hija de Afrodita cosechando fresas? Ahí me entendía yo misma de que no era hija de Afrodita, por esto mismo. Eso me molesta de las chicas, son muy flojas y nadie se atreve a corregirlas. Ahí entonces, entendí que podía ser hija de Afrodita, tanto como no. No calzaba que estuviera aquí, pero físicamente, nada que envidiarles a ellas si es que lo era.

-Dos semanas. - Fue más o menos la respuesta de la muchacha. Asentí mientras seguía enfocada en la cosecha. Ella parecía más bien distraída, más interesada por la conversa, pero estaba bien, a mí me importaba hacer mi trabajo bien, si ella no lo hacía bien era problema de ella después de todo, ¿no?

-¿Es divertido ser hija de Poseidón? A lo que voy es que dicen que sus hijos son muy poderosos, ¿no es así?- Esa pregunta no me la habían hecho, pero había sabido que siempre los hijos de Dioses que no son de Los Tres Grandes, hacen éstas preguntas. Así que asumí que no era ni hija de Hades, Zeus o Poseidón. La pregunta no me incomodó, pero sí me enojó un poco por el hecho de que mi madre había muerto, mi padre no había hecho nada por salvarla y ni siquiera se había dignado a venir a darme su pésame, explicaciones como mínimo.

Seguí con lo mío, mientras ya comenzaría a responderle, intentaría ignorar mi resentimiento contra el Dios del Mar al máximo. - Los poderes son fantásticos, controlar algo tan hermoso como son las olas de mar, no es descriptible. Las ventajas que éste te da son magníficas, y yo personalmente he podido desarrollar mis poderes con rapidez. Los he compartido con Quirón, él me dice que no muchos tener los poderes que yo he logrado tener. Me esmero entrenando para cada día controlarlos mejor, sé que cada vez me voy haciendo más poderosa, manipulando cada vez mejor mis poderes. - Hice una pausa, mientras me metí en la boca una fresa.

Ésta era más bien amarga, pero tenía su encanto. - Y sobre Poseidón, no puedo decir mucho. No se ha visto interesado en hablar conmigo. A veces espero unas felicitaciones, pero no pasa nada. He intentado retar a los hijos de Ares a pelear conmigo, pero no he podido, no sé si tienen miedo de quedar como bebés, o si de verdad no quieren pelear conmigo porque soy una chica. - Recordé a mi madre, mientras intenté seguir firme. Era mi punto débil.

- Mi madre murió en la Colina Mestiza, junto con mi mejor amigo, William Hale. Los atacó un Sabueso del Infierno y no pudieron defenderse, prefirieron dar sus vidas en vez de arriesgar la mía. Mi padre no hizo nada para evitar la muerte de mi madre, ni siquiera me ha dado su pésame, no me ha hablado... Así que no tengo la mejor descripción de él. Sólo espero algún día entender que a los Dioses no les importamos realmente. Somos sus hijos, nos hacen sentir especiales, pero han tenido miles de otros hijos, ¿por qué justo nosotros vamos a ser especiales? No les interesa cometer errores, porque tienen una eternidad para tener más hijos y no cometer esos errores. - Suspiré por lo bajo, mientras tragué por completo la fresa que mientras hablaba no había masticado.

Miré a la muchacha. - ¿De quién eres hija? - Le pregunté con decisión. Esperaba no haberla intimidado mucho ni con mi tono de voz imponente, ni con mi mirada.

Escuché ahora con mayor atención a la chica, estábamos en una situación de mentalidad parecida, aunque estaba segura de que a ninguna de las dos nos importaba demasiado la ausencia de nuestros padres, o sea, no ra motivo para dejar de vivir. Por primera vez sonreí cuando ella dijo lo de los hijos de Ares. Fue un lindo gesto de su parte, pero igual que León era hijo de Afrodita y a mí no me agradaban sus hermanas, tampoco había que subestimarlos, a los hijos de Ares me refiero, porque son grandes peleadores, pero a veces el orgullo que tienen se confunde con miedo. Y al final son ellos quiénes quedan mal parados, no quién es rechazado.

- Gracias, a mí me gustaría entrenar contigo, tienes cara de ser éstas 'cajitas de sorpresas'. - Dije medio bromeando. Pero sabía que los hijos de Apolo, según ella había descubierto ser descendiente de él, tienen muchos dones porque Apolo es el Dios de demasiadas cosas. - Así que tu padre tampoco se ha hecho presente. Bueno, típico, Apolo tiene demasiados hijos... Entonces eso lo hace más difícil aún, pero no es excusa para nada. Es un vago, igual que todos los demás. - Dije casi con odio.

Pero jamás podría darle las espaldas a los Dioses, siempre los desafiaría, pero los obedecería en la última palabra, simplemente porque jamás deshonraría a mi padre, por mucho que dudara de él y el resto. No dejaría que destruyeran el Olimpo como planeaba hacer Castellan, el hijo del gran Ladrón Superior. Okey, huele el sarcasmo amigo mío.

Ella llevaba su primer balde casi lleno, eso era bueno. Me acerqué a su balde -Permiso- Le dije mientras tomaba su balde y vertía éste en la caja de madera donde cabrían mucho mejor y no se cansaba teniendo que sostenerlo en la mano hasta vaciarlo. Sonreí. ¿Mejor así?

Y aún así tener muchos hijos... Los Dioses se pueden multiplicar, pueden hacer lo que se les plazca... Pero ¡no! Tienen cosas más importantes que hacer... Y yo ya me pregunto cuáles. O sea, si fueran cosas tan importantes por hacer, al menos harían algo de sus vidas. ¿Quiénes tenemos que dar la cara en las guerras porque a ellos no se les da la gana? Nosotros, los semidioses, mientras que ellos no mueven un dedo sin excusa que valga. Pero también hay que ponerse a pensar: Si eso no ha cambiado en milenios, ¿sacamos algo con quejarnos ahora?

Ella me dijo que le tuviera paciencia y que no había probado la espada. - Qué mejor que una hija de Poseidón para aprender. - Respondí. Tal vez sonaba arrogante, no me importaba enmendarlo, que sonara como tuviese que sonar. Yo le estaba ofreciendo ayuda, no creo que sonase mal. Porque le estaba diciendo que se haría buena luchadora con espada si practicaba conmigo... Okey, eso suena un poco egocéntrico, pero tal vez esa soy yo y la idea es que me conozca por quién soy, y que así me odie, o me quiera, pero por quién realmente soy, nada de falsas caretas.

La muchacha me había agradado para platicar un rato, pero para ya comenzar a juntarme con ella tenía que conocerla un poco más. No suelo confiar fácil en la gente porque me han traicionado mucho.

Ella prosiguió con la conversación, mientras ambas nos dábamos cuenta de que ella ya estaba agarrando ritmo a la cosecha de fresas. ¡Ah! Nada más reconfortante que eficiencia. Ésta bicha pronto me ganaría y terminaría haciendo el doble que yo, no era la idea porque ambas debíamos rendir el máximo así hacerlo lo más rápido posible. - Usar la espada para mí es mejor que el Arco, cuando te entrene verás el porqué. Y por cierto, creo que ambas estaremos de acuerdo en reclamarle a Quirón el haber tenido que hacer todo esto solas, ¿no? - Medio propuse mientras otro balde era llenado y vaciado en la caja grande por mi parte.

El de la muchacha se iba llenando cada vez más rápido.

- A ver si terminamos rápido, antes de que tengamos que ir a cenar y entrenamos un rato para empezar, ¿te gustaría? - Yo para todo lo que fuese entrenar siempre fui una persona entusiasta, me ayudaba a saciar las penas, los problemas, los males... Me relajaba, me hacía sentir que mi vida valía de algo. Luchas debe de resultar de dos modos distintos para dos tipos de personas: Pelear es el deber de los que lo hacen porque deben. Pelear es la pasión de los héroes.

Pelear es mi pasión, pero no soy una heroína, me pregunto si algún día tendré la posibilidad de cumplir una misión e ir a demostrar mis honores a mi padre en el Monte Olimpo, o en el Castillo de Poseidón. Pero ésos eran anhelos que yo mantendría para mí, y tal vez, sólo quizá algún día sucederían sin que yo me lo esperase.

Ella aceptó con un ~Claro~ Mi idea a lo que sólo sonreí asintiendo sin marcar mucho. Entonces cuando propuse lo de Quirón, ella dijo: ~Y sobre lo de Quiron, creo que de veras tenemos que reclamar~ Asentí frunciendo los labios. - Porque si él llamó a otros más y se fueron, esa no es nuestra culpa... Así que. - Ya casi seguía por completar otro balde, pero cada vez que alzaba la vista y veía lo mucho que nos quedaba por cosechar me desanimaba. Sólo esperaba que la mayoría de aquí en adelante estuvieran inmaduras, pero ése ya era tema de Démeter.

Ella me preguntó por qué quería pelear contra los descendientes de Ares. Era una pregunta con una respuesta algo obvia, pero ella no tenía por qué saberlo. Después agregó que había mejor competencia que ellos. Volví a sonreír. - Ellos son la mejor competencia en el campamento. Entrenar con ellos me preparará para demás héroes. Si se trata de entrenarme, quiero entrenar con lo mejor, por las buenas o por las malas. No me interesa entrenarme con un novato, porque obvio que ganaré, pero eso no me hará una mejor peleadora, simplemente es algo obvio. -

Después me di cuenta de que tal vez se pudo haber entendido como que yo no quería entrenar con novatos y ella era una novata en las peleas de espada, yo también lo era pero estaba avanzando rápido. - Aunque sí quiero entrenar contigo, no me malentiendas. Pero eso será entrenarte, no entrenarme. De no haber querido entrenarte, no te lo habría ofrecido. - Quise aclarárselo para evitar un mal rato. Porque la muchacha hasta ahora se había mostrado simpática, era agradable, por más que probablemente más adelante mediría qué tan lejos podía llegar. Si era una amistad verdadera, ella volvería a mí. Si no, se iría con las hijas de Afrodita para que le dieran consejos de moda, en vez de consejos de batallas.

Ahora escuché a la muchacha demostrando más atención e interés. De veras, lo que ella decía tenía su punto, pero en su rostro vi un poco de inseguridad, como si temiese que lo que estaba diciendo estaba mal. Alcé ambas cejas por unos segundos y luego las bajé, típica expresión. - Hay dos modos de verlo. - Comencé a decir - Sí, estás en lo correcto, los hijos de Zeus son mayor amenaza, pero en la batalla de una guerra, más importa tu habilidad con las armas y para eso ¿quién se maneja mejor? ¿Los hijos del Dios de la Guerra o los hijos del Dios del Cielo? - Vacié de nuevo el balde en la caja, mirando como ella hacía lo mismo.

Volví a la mata donde estaba trabajando y me di cuenta que satisfactoriamente las fresas restantes estaban inmaduras. Sonreí y luego avancé a la mata donde trabajaba Ariana. - Pero en poderes, claramente los doblan los hijos de Zeus, pero como te venía diciendo, en una batalla tus poderes prácticamente no cuentan. Sólo recurrimos a ellos cuando te quedan pocas esperanzas de ganar, cuando aún tienes fe. Aunque nunca seas ingenua, recuerda que Zeus no por ser el Rey de los Dioses, tiene que tener todo lo mejor. Sólo porque lleve el nombre del 'Rey' da la idea de que es el superior. Pero si mi padre fuese el Rey, mis poderes no aumentarían, con los de Hades lo mismo y así... - Intenté explicarle lo mejor posible, para que ella viese todo más claro, para no cegarla ante la típica opinión del orgullo innecesario de los de Zeus.

Miré a Ari, esbozando una sonrisa de confianza ante ella. Me sentía como su tutora en éstos momentos y la idea no me molestaba, me honraba poder enseñarle lo que sabía a gente de mente abierta, como lo era Ariana según me daba cuenta a medida que la conversación se desarrollaba y se hacía más interesante mientras tomaba giros.

Ella pareció procesar todo lo que yo le decía. Sonreí de nuevo, era bueno saber que sí me escuchaba. Al parecer ya se había rendido, creía que yo tenía la razón. Pero no es que ella se hubiese equivocado precisamente. Ella entonces sacó su conclusión final, pero me largué reír porque ella tuvo una leve confusión al hablar. Dijo; ~Entonces, los de Ares son mejores pero aun así son lo suficientemente cobardes para atreverse a pelear contigo o son los suficientemente caballerosos para no pelear... 'Son cobardes para atreverse a pelear contigo'.

Sabía que ella había querido decir, 'son cobardes para NO atreverse a pelear contigo'. En su rostro pude notar que ella se había percatado de que se había equivocado. - Entendí lo que quisiste decir, no te preocupes. - Dije aún riéndome un poco, pero no en el sentido de burla hacia ella, sino que burla hacia mí misma por lo que Ari sin querer había dicho. Me apresuré a decírselo, para que no se sintiera mal. No quería que se sintiera mal por algo de lo que no me había molestado.

Seguíamos ''caminando entre fresas'' por así decirlo de modo informal. Obvio que no camino entre fresas, sino que entre los campos de fresas, pero supongo que ése es el modo más 'interesante'a de decirlo.

Ya estaba en la mata que estaba trabajando la muchacha, ésta pronto estaría lista. Saqué otro racimo de fresas, y de pronto veo una rosa blanca, al tomar el racimo cayó al piso. Dejé el racimo en mi balde y el balde lo dejé en el piso. Aún con una sonrisa en el rostro, secuela de las carcajadas que había dado. Pero la sonrisa se desvaneció de mi rostro apenas vi esa rosa. Sentí que se me detuvo el corazón, aunque intenté seguir respirando con calma. Sin quererlo, al tomarla desde la rama, ésta tenía espinas y me la clavé en el dedo anular. Una gota de sangre cayó el piso, pero a mí eso no rea precisamente lo que me dolía.

Reprimí lágrimas ante el doloroso recuerdo que volvía a vivir como si estuviese pasando ahora. Inhalé y exhalé repetidas veces pero esta vez haciéndolo por la boca para intentar mantenerme en pie. Cerré los ojos un momento, mi peor error. Me trajo de vuelta a la escena, esa que era tan buena, convertida en una tan mala.¿Qué pasaría ahora? Me vi incapaz de intentar descifrarlo. Sólo cabían los recuerdos y el sentimiento de culpa ahora en mi mente. Olvidé por completo donde estaba, con quién estaba y qué hacía. Sentía casi como si fuese poseída por una balancha de espíritus del pasado... Esos a los que nunca dejarían en paz, tanto como ellos tampoco me dejarían en paz a mí.

Ella notó lo que había pasado. Me preguntó si estaba bien, no me vi capaz de responder. Ella al parecer no estuvo conforme con su respuesta y lo único que consiguió decir fue '¿Qué te pasó?' Suspiré por lo bajo. Dejé caer la rosa blanca que estaba entre mis manos. Luché por seguir sin llorar. Alcé la vista hacia Ariana, ella lucía muy preocupada, y me sentí mal que por mi culpa ella estuviera preocupada en éstos momentos, en vez de estar riéndose.

Me forcé a mí misma a sonreír. - Es increíble como una cosa puede ser una balancha de recuerdos. - Dije murmurando prácticamente. Seguí sonriendo. - Perdón por eso. Y sobre la espina, no es que me doliera mucho, comparado con las heridas que aún no cicatrizan, como si se negaran a desaparecer. - Intenté alejar todos los recuerdos de William que tenía en ésos momentos. Parpadeé varias veces seguidas. Inhalé hondo y luego exhalé para darme ánimos.

- ¿Sabes? No importa, algún día podré hablarte de ello, pero ahora no es el momento. - Concluí, procurando mantener la sonrisa en mi rostro. Esperaba que no se lo tomara a mal, si bien no le expliqué nada, creo que ella misma podría entender que era un tema difícil de tocar.

Seguí cosechando fresas, para sacar mi mente de ésos tormentosos recuerdos.

Ya había decidido seguir con mi trabajo, intentando disimular como si nada pasara. Esbozando sonrisa, y muestra de alegría. Forzándome a lucir optimista de lo lindo. Escuché a la chica hacer esta pregunta... Que me ofrecía no responder por si me incomodaba demasiado. - ¿Crees que tal vez alguien me golpeaba? O... ¿Que yo misma me hacía cortes? - Exclamé con calma mientras la miraba fijamente, sin lucir incomodada por su pregunta, sólo disponiéndome a responder su pregunta para que no pensara que yo era de ésas chicas que se hacían cortes por problemas familiares.

O tal vez ése tipo de chicas que son golpeadas por sus padres, o ve a saber quién. A mí nunca nadie me había tocado un pelo. - Todas las cicatrices y heridas son de entrenamientos, y otras de accidentes, claro. Nadie nunca me ha hecho daño, Ariana. Tampoco me he hecho daño a mí misma. Si he de dejar huellas de recuerdos en algún lado, será de modo permanente en mis pensamientos. Como esta rosa hace que mis pensamientos se encarguen de volverme a un recuerdo... Que me trae impotencia. - Procuré bajar la vista hacia los parrones y seguir trabajando en ellos.

Sólo esperaba que ella no se sintiera incómoda, si lo hacía, bueno que tomara sus cosas y se fuera. Pero sentí que nos habíamos estado llevando muy bien como para echarlo a perder todo por mi culpa, como casi siempre era cuando algo andaba mal. Sentí como el sol, por fin comenzaba cesar, ¿cuánto tiempo llevábamos ya aquí?

Después de mis palabras se armó un silencio acogedor que invitaba a ambas de nosotras a sostener pensamientos. Cada una era libre de dejarlos entrar o simplemente desecharlos. Era algo a simple vista fácil, pero si te decidías por comenzar a pensar muy pausadamente en todo lo que navegaba por tu mente, podrías simplemente perderte. Olvidar dónde estabas parado, qué estabas haciendo y así. Algo obvio. Pero sólo obvio a simple vista. Pensar, es algo que nadie puede dejar de hacer mientras vive. Es como decirle a tu corazón que deje de latir, o como exigirte dejar de respirar oxígeno.

Y eso fue lo que a mí me había pasado con aquella rosa. Había permitido que ésta me transportara, me dejé llevar por aquél sentimiento imponente, ése que te seducía hasta el dolor. Eso fue lo que le pasó a Ariana. La estuve mirando, mientras ella sólo parecía no hacer nada. Yo sabía que ella sí o sí pensaba en algo. Pero ¿qué sería? Seguí con mi trabajo. Ella entonces pareció volver al Planeta Tierra. Me comentó sobre el atardecer. Dijo que siempre le ha fascinado, me preguntó si a mí me pasaba lo mismo.

Era extraño. Le había dicho exactamente lo mismo a mi ex-mejor amigo una atardecer. Esa rosa me trajo exactamente ése mismo recuerdo. Por eso casi me descompuse hace unos minutos. Sólo sonreí. Intentando mirar el recuerdo como uno positivo. Porque había sido un gran día, pero se vio arruinado más tarde. Era lamentable... Y todo había sido mi culpa. Por más que si lo volvía a ver él me lo negaría, yo seguiría pensando así de esto... Hasta más allá de la muerte.

Solté una carcajada, dándome cuenta de que tenía a Ariana esperando mi respuesta. - El atardecer es el Cielo bañado en colores. Caprichoso y seductor. Igual que la noche, destacada por su plena oscuridad y las brillantes estrellas, siendo la atracción principal de éstas. Por el día el Cielo Azul, a veces mezclado con blanco y gris, color de las nubes, ver como a veces se confunde con el mar. - Saqué otro puñado de fresas, volviendo a tomar ritmo. - Sí... El atardecer me encanta. - Respondí finalmente aunque probablemente ella ya se había dado cuenta de la respuesta desde antes... Pero no estaba demás aclararla.